Abracemos la Lucha de la Fe

A pesar de los conflictos mundiales, el Espíritu Santo esta guiando a la verdadera Iglesia a un tiempo de transformación. No debemos mirar las presiones de nuestros días como si fueran obstáculos puestos para detenernos; porque en las manos del Todopoderoso, estas son las herramientas que El usa para perfeccionarnos.

 

Uno de los problemas de interpretar los eventos del tiempo final, es la tendencia a enfocarnos solo en una parte de las condiciones. Si miramos solo el hecho de que Satanás está furioso, o que el desorden, las guerras, terremotos y hambrunas están creciendo, podemos llegar a la conclusión de que la dificultad y oscuridad son todo lo que nos espera hasta que llegue el rapto. Y, como ya mencione, mucha gente nos ha ensenado que la vida se pondrá más difícil hasta que Cristo regrese.

 

Pero el mismo Espíritu que predijo las condiciones peligrosas de los tiempos finales, también nos anticipó que, a pesar de las dificultades y luchas, el Evangelio de Cristo seria proclamado a todas las naciones (vea Marcos 4:28-29), y aquellos que conocieran a su Dios harían proezas, brillarían como las estrellas en el firmamento y ensenarían justicia a las multitudes (ver Daniel 11:32, 12:3).

 

En cada época Dios requiere que andemos como vencedores. Nuestro llamado es a orar, a levantarnos en guerra espiritual, a interceder por nuestros líderes y soldados, y a no abandonar nuestra visión de un mundo en avivamiento, a pesar de los reveses que podamos llegar a sufrir. El mismo hecho de que naciones tan distantes están experimentando renovación y grandes cosechas (Uganda y Fiji, por ejemplo) nos recuerda que todavía hay tiempo para nuestras propias naciones.  Nuestra atención debe centrarse en ser como Cristo en todas las áreas de nuestras vidas.

 

Podemos sentirnos abrumados por la inundación de maldad que viene contra nuestras sociedades, pero la promesa de Dios es que, cuando el enemigo venga como rio, el Señor levantara bandera contra el (ver Isaías 59:19).

 

Entonces deberíamos preguntarnos: ¿nuestra atención está puesta en las obras del enemigo? ¿O miramos la bandera que Dios está levantando para detener el asalto de maldad? No nos olvidemos, amados, que aun cuando las tinieblas cubran la Tierra y la oscuridad se levante contra los pueblos, la promesa de Dios es que ¡su gloria se levantara sobre nosotros y su presencia será visible a través de nosotros! A pesar que parezca que la oscuridad nunca va a cesar, el Señor promete que, al final de la guerra entre la luz y las tinieblas, “andarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu nacimiento” (ver Isaías 60:1-3). Por cierto, la Palabra de Dios revela que, desplegándose en el panorama de los tiempos finales, también habrá un prolongado “periodo de restauración” (vea Hechos 3: 20-21).

 

Eso no significa que el mundo será dominado por la Iglesia - como algunos erróneamente enseñan- sino que ¡la verdadera Iglesia será gloriosa, dominada y transformada por Cristo! ¡Esa muestra final se consumara en una Iglesia conforme a la naturaleza de Cristo, cuya madurez espiritual manifestara sobre la Tierra la persona y la pasión de Jesucristo Mismo!

 

Nuestra lucha es la lucha por la fe: ¿creemos lo que Dios ha prometido? Nuestra guerra es contra principados y potestades. ¿Creemos el reporte de que “Cristo asombrara- esto es limpiara, perdonara y transformara – a muchas naciones” (Isaías 52:15)?

 

Yo. Por ejemplo, creo en las promesas de Dios. Su Palabra es no solo un consuelo para mí en tiempos de conflicto, sino una espada que esgrimo en tiempos de guerra espiritual, cuando proclamo la realidad del amor de Dios por mi familia, mi iglesia, mi ciudad y también mi nación! Considere la siguiente declaración: “Así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mi vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié” (Isaías 55:11). No importa cuánto arrecie la batalla, la Palabra de Dios no volverá a El vacía.

 

Considere también el compromiso del Señor: “Yo apresuro mi palabra para ponerla por obra” (Jer 1:12). Y Su enseñanza;

 

“No digas en tu corazón. ¿Quien subirá al cielo? (esto es para traer abajo a Cristo); o, ¿Quien descenderá al abismo? (esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos). ¿Mas que dice? Cerca de ti esta la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos”. (Romanos 10:6-8).

 

No solo simples mortales andando a los tumbos ciegamente en la Tierra, separados de Dios y aislados de su respuesta a nuestras necesidades. ¡No! Somos nuevas criaturas, nacidos de nuevo del cielo, y dentro de nosotros vive el Espíritu Santo del Dios Poderoso.

Si, trabajamos e intercedemos; nos arrepentimos de nuestros pecados y de los pecados de nuestras naciones. Pero el peso de nuestra victoria no yace sobre lo mucho que hemos hecho y gemido, sino sobre cuan sinceramente creemos lo que Dios ha prometido. El Señor no quiere que nos preocupemos por el futuro; quiere que lo forjemos a través del conocimiento de su voluntad, por la proclamación de Su Palabra – que es la “espada del espíritu” (Efesios 6:17) – y por nuestra rendición al poder del Espíritu Santo. Y entonces promete: “Todo aquel que en e l creyere, no será avergonzado” (Romanos 10:11).

 

Amados, ¡la espada que Dios ha puesto en nuestros corazones y bocas no es nada menos que el eco de Su voz en nosotros! Entonces no nos quejemos por las condiciones negativas en el mundo, ni suspiremos oraciones susurradas en temor e incredulidad. ¡Abracemos la lucha de la fe!  ¡Que el amor de Cristo por la humanidad sea la motivación que nos impulse! Tome su Biblia y declare en audible voz las promesas de la Palabra de Dios. Escoja cualquiera de los versos citados arriba y léalos en voz alta, con fe y autoridad. Le garantizo que si proclama la Palabra de Dios con fe, ella soltara poder en y a través de su espíritu. Ningún poder puede apagar las promesas que Dios ha inspirado en Su Libro.

 

El nos asegura que “al que cree todo le es posible” (Marcos 9:23). Quebremos el yugo del espíritu de pasividad. ¡Tomemos la espada del espíritu y abracemos la lucha de la fe!

 

Señor, me arrepiento por la autocompasión y el miedo. ¡Adiestra mis manos para la batalla! Enséname a levantarme y defender Tu justa causa. En el nombre de Jesus. Amén.

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El mensaje precedente ha sido adaptado de un capitulo en el libro del Pastor Frangipane, “Alístese junto al Señor de los Ejércitos”, publicado en español por Editorial Peniel

www.frangipanehispano.org

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