Hay dos condiciones del corazón que nadie puede esconder: una es el corazón lleno de amor y la otra cuando estamos infectados con amargura. Cualquiera de estas condiciones puede controlar nuestros pensamientos y ambas pueden filtrar completamente nuestro punto de vista de la vida. Como seguidores de Jesucristo, poseer corazones llenos de amor debe ser nuestra búsqueda prioritaria. Ciertamente, la verdadera medida de nuestra espiritualidad esta en cuan exitosamente estamos revelando el amor de Cristo.
Así, el amor ya no puede más existir como algo no expresado o un secreto escondido. Si el amor es real, será visto en miles de manifestaciones extendidas hacia el corazón de sus amados. El amor, el cual es en verdad la pasión por ser uno solo con el otro, es demasiado poderoso para ser contenido por meras disciplinas o auto-control. Ciertamente, ¿no se muestra el amor audazmente en regalos no correspondidos, y no es escuchado en sus muchos alientos y expresiones de preocupación? ¿No es tangible en su inmutable gozo del tiempo pasado con aquellos que ama?
Asimismo, la amargura no puede ser escondida. Un alma amargada no busca unidad, sino justicia. Es conducida por el robo no resuelto de su paz, individualidad o posesiones. La amargura no es simplemente una herida buscando ser sanada; es un abogado construyendo un caso en contra del culpable. Dado que el alma amargada está unida a la injusticia cometida contra ella, perpetuamente está escuchando la voz de su corazón, y así, perpetuamente dañada por una ofensa no perdonada.
Queridos amigos, Jesús dijo que vino para darnos vida en abundancia. EL dijo que fue ungido y enviado para pregonar libertad a los cautivos y a poner en libertad a los oprimidos. (Ver Juan 10:10, Lucas 4:18). Si sentimos que hemos sido espiritualmente encarcelados por una experiencia amarga o una injusticia, Dios no busca condenarnos por eso, sino salvarnos de eso. Incluso ahora, Su Espíritu esta extendiéndose a nosotros para poder hacernos libres de la insoportable carga del pasado.
¿Como hacemos para ser libres?
En mis 34 años de caminar con el Señor, han sido muchas las veces en las que he sido difamado, defraudado e injustamente atacado. He tenido mis oportunidades de ser amargado por la injusticia. No todas las heridas fueron curadas instantáneamente, ni cada injusticia rápidamente remediada. Jesús dijo, “Con vuestra paciencia (resistencia) ganareis vuestras almas” (Lucas 21:19). La traducción a español de la versión en ingles de la biblia “The Message” dice así, “Permaneciendo en ello— eso es lo que se requiere. Permanecer con ello hasta el final. No lo lamentara; usted será salvo.” En el análisis final, el ser dañado o el sufrir perdida no es el asunto—Pablo dijo “lo he perdido todo”. El verdadero asunto es “ganar a Cristo” (Filipenses 3:8).
Permítame también decir que conozco gente a quien el Señor simplemente toco y sano, o que la situación de ofensa misma cambio, y vino la sanidad. Hagamos lugar a la vasta gracia de Dios. Ciertamente, Hebreos 2:18 revela que, dado que Cristo “él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados.” Por ninguna otra razón más que porque El nos ama, vendrá “en ayuda de aquellos” que están en batalla. Hagamos siempre lugar a tal gracia.
Al mismo tiempo, he reconocido asimismo que la meta más elevada de Dios para mi es mi conformidad a Cristo (ver Romanos 8: 28-29). Dios me sana para poder transformarme a imagen de Cristo y algunas veces El revierte ese proceso: Me hace conforme a Cristo a fin de poder sanarme. En otras palabras, mi liberación vino al apropiarme del amor de Cristo en lugar del mío; cuando fui herido, en vez de seguir a mi instinto de responder, me rendí al poder de justificar del Padre.
Considere este asunto de confiar en Dios. El apóstol Pedro nos dice, “Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente” (1 Pedro 2:21–23).
Algunas veces mi sanidad de heridas y posible amargura, vino, no porque haya habido restitución de la persona que me hirió, sino porque aprendí a encomendarme a Dios quien juzga justamente. Confiar que Dios me justificaría en Su tiempo y en Sus formas es una señal de madurez espiritual. Este es realmente el único modo en que podemos evitar responder al insulto con insulto y que la herida se ulcere en amargura.
Hubo otros tiempos cuando un conflicto persistente se volvería una opresión sobre mi alma. Nuevamente, como un antídoto contra la amargura, Jesús enseñó, “Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, [Lucas agrega en la versión en ingles, “salten de alegría”], porque vuestro galardón es grande en los cielos;” (Mateo 5:11-12).
Si usted ha sido tratado injustamente, si alguna injusticia ha manchado su nombre o amenaza su futuro debido a su fe en Cristo, un antídoto es alegrarse. Antes de que defienda su derecho a permanecer afligido, permítame preguntarle: ¿Ha obedecido a Jesús saltando de alegría? Recuerdo una ocasión cuando fui especialmente dañado por un hombre quien, basado en un sueño que tuvo su esposa, utilizo la fantasía de ella para dividir nuestra pequeña iglesia. Yo amaba en gran manera a esta pareja, como también amaba a cada uno en nuestra iglesia, asique mi pena se multiplico. En efecto, cada vez que consideraba el mal que esta difamación causaba, mis emociones eran asaltadas con cólera y pena.
Finalmente, el Señor hablo a mi corazón. Me pregunto, dado que la difamación hablada en mi contra no era verdad, ¿por qué no Lo había obedecido? Me dijo que había sido oprimido por las palabras de la gente, pero no había todavía saltado de alegría. Por lo tanto, decidí obedecerlo. De pie, solo, por la tarde, en medio de la tenue luz de nuestro santuario, me prepare para alegrarme. Aún así, estaba tan emocionalmente drenado con la tristeza que no tenía ninguna alegría; me costaba caminar, mucho más saltar. Aún así, en obediencia intenté un débil salto. Luego otra vez, y nuevamente, hasta que el Espíritu Santo irrumpió y estuve gritando y saltando delante del Señor, regocijándome por Su soberano poder en mi vida.
Ahora, si los problemas que estamos enfrentando son consecuencias legitimas de nuestro mal comportamiento, entonces debemos arrepentirnos y no culpar a otros por nuestra condición. Todavía podemos gozarnos en que servimos a un Dios grande quien puede usar nuestros fracasos para bien. Pero, si nuestros conflictos son debido a nuestro compromiso a servir al Señor, entonces deberíamos obedecerle y “saltar de alegría.”
Las aguas de Mara
Cristo no es nuestro “Salvador” en un simple sentido distante o teológico; El es Emanuel, “Dios con nosotros.” El mora dentro de nosotros; esta comprometidamente dedicado a nosotros. El es completamente capaz de transformar lo que supuso destruirnos y utilizarlo como medio para perfeccionarnos. Debemos creer que Dios es completamente capaz de redimir todo aquello por lo que pasamos. Si abrigamos incredulidad sobre cualquiera de las bondades del Padre o Sus capacidades, nuestras dificultades nos reducirán a ser amargadas y enojadas personas.
Considere asimismo, si Satanás está empeñado en destruirnos, debe ser porque Dios tiene algo poderoso esperándonos en el futuro. El diablo no pierde su tiempo atacando a personas insignificantes; el ataca a aquellos que teme serán usados por Dios para liberar a otros. Si Satanás puede programar un ataque que lo haga volverse en alguien amargado, su destino será apartado de su propósito hasta que esa raíz de amargura sea arrancada de su alma.
¿Como es que la amargura puede existir en nosotros? La Amargura es una manipulación demoníaca de una herida o injusticia que sufrimos en nuestra alma. Sin embargo, Jesús, dijo que la única manera de salvar nuestras almas es entregándoselas a El. (Juan 12:25) Amado, le diré como he atravesado algunas de las batallas más difíciles: Llevé la cruz.
Yo creo que mis pasos son ordenados por Dios. Por tanto, si he enfrentado una injusticia, El debe o bien haberlo permitido o haberlo ordenado. En Su gran omnisciencia, El supo que yo necesitaría mas amor o fe o dependencia en El, asique ordeno mis pasos de modo que pudiera forjar en mi Su naturaleza. Mis batallas no son sobre mi y alguien más, o ni aun yo contra el enemigo; en última instancia, en cada conflicto, Dios está buscando crear la semejanza a Cristo en mi. Mientras el carácter, la autoridad y el amor de Cristo se vuelven funcionales en mi vida, mis enemigos son sometidos y Cristo triunfa a través de mi.
Debemos, por tanto, sobreponernos a la idea de que en la tierra existe un lugar en el cual no habrá dolor, y debemos aprender a como llevar la cruz de Cristo. La cruz hace morir nuestra incrédula, temerosa y egoísta naturaleza y permite que el carácter de Cristo emerja en nuestros espíritus. La cruz es el precio que pagamos para que prevalezca la redención.
Hay una historia en Éxodo que en forma figurada revela el poder de la cruz. Los israelitas anduvieron tres días sin agua fresca. Cuando finalmente encontraron agua, “no pudieron beber las aguas de Mara, porque eran amargas; por eso le pusieron el nombre de Mara” (Éxodo 15:22–23). Mara, recordara usted, significa amargura. Ellos finalmente encontraron agua, pero no pudieron beberla. El Señor, no obstante, le mostro a Moisés, “un árbol; y lo echó en las aguas, y las aguas se endulzaron” (Éxodo 15:25).
Lo que hizo Moisés fue profético. El árbol que fue simbólicamente puesto en las aguas amargas fue un cuadro de la cruz de Cristo cuando es aplicada a nuestras amargas experiencias; vuelve lo amargo en dulzura. Yo se que en las muchas veces que el enemigo ha usado personas para dañarme o golpearme , al aplicar la cruz a mi vida - perdonando , bendiciendo y permitiendo que el amor fuera perfeccionado – el resultado siempre ha sido una mayor manifestación de Cristo en mi vida.
Así es exactamente como Pablo manejo la adversidad y la injusticia. Escuche lo que escribió, “Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros, que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos; llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos. Porque nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal” (2 Cor 4:7).
¿Mi querido/a, no es esto lo que más desea: la vida de Jesús mismo manifiesta en nuestra carne mortal?
Señor Jesús, perdóname por intentar salvar mi vida. Mi propósito es confiar en Ti, permitir que el amor sea perfeccionado en mí ser, no buscar justicia, sino misericordia para mí y para otros. Señor, revela el poder de Tu Espíritu en mi. Incluso ahora, arranca de raíz de mi alma, cada planta amarga. Que mis palabras sean llenas de gracia y verdad, no amargura y mal. En el nombre de Jesús. Amén.
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